Los corsarios guipuzcoanos que asolaron los mares


Gipuzkoa armó una temible flota con patente de corso durante más de dos siglos, que cribó la mar con cientos de naves capturadas e impulsó la economía local en tiempos de guerra

Año 1529. España sufre el acoso marítimo de Francia e Inglaterra en una de sus numerosas contiendas durante el siglo XVI. Mientras la Corona española explotaba la ruta de las Indias, las primeras expediciones bacaladeras a Terranova eran puestas en jaque por ataques corsarios. En vista de las numerosas pérdidas en la rutas comerciales y con ánimo de protegerlas y equilibrar fuerzas, Carlos V (Carlos I) firmaba una carta en Burgos, en la que daba licencia a los guipuzcoanos «para armar por mar e fazer los daños que pudieren en ropa de enemigos, haziendoles merced de todo lo que así tomaren enteramente».

Por primera vez, un fuero real incitaba a armar naos y demás embarcaciones para luchar y saquear bajo su pabellón. La primera patente de Corso para toda Gipuzkoa. Bajo este documento, no eran piratas ni actuaban bajo el embargo real que obligaba a combatir. Podían atacar a los enemigos de la Corona y previo juicio, llevarse como ganancia lo capturado bajo la fuerza de las armas. Los armadores guipuzcoanos emprendieron campañas mercantiles y bélicas con gran éxito para desgaste de los adversarios de la Corona. Al calor de los beneficios y la honorable consideración que se tenía de los corsarios, la flota crecería de forma exponencial en los siguientes treinta años.

En 1554, en plena guerra contra Francia, una intervención del Licenciado Beresiartu en las Juntas Generales de Segura, destacaba los enormes exitos de la flota guipuzcoana y pedía informar al rey de las capturas y victorias cosechadas con el ánimo de recibir a cambio mercedes «para reparos públicos». Defendió que nuestro litoral hizo más servicio a la Corona «que todo lo resto, de aquí al estrecho» y dijo que las victorias habían sido usurpadas y olvidadas, por lo que animó a recabar información sobre los logros en la guerra contra Francia con el fin de reportarla a Madrid.

Al año siguiente, una comisión oficial recabó 14 testimonios de capitanes y armadores de la costa guipuzcoana en torno al último lustro. El capitán y armador corsario donostiarra Martín Cardel hablaba de 350 velas guipuzcoanas y ponía énfasis en la arcabucería utilizada y en el «gran orden, que aun su Magestad apenas armaría mejor». Detallaba que las naves se dotaban de «lombardas, mosquetes, versos, arcabuces, ballestas, gurguces, echafuegos, lanzas, dardos y otros géneros de armas ofensivas». Su radio de acción, desde Francia hasta Noruega y al oeste, hasta Finisterre o Inglaterra.

El capitán donostiarra Francisco de Illarreta ampliaba el área de influencia hasta Escocia e Irlanda y declaraba haber armado su propia nao de 200 toneladas con 600 hombres. El capitán armador corsario y alcalde de Deba, Domingo de Gorocica, añadía que se fueron a buscar enemigos «hasta Terranoba en distancia de mil leguas» y detallaba el ornamento de la flota guipuzcoana, que incluía «banderas y estandartes y atambores y bífaros», dando la sensación de orden de la infantería de marina creada por Carlos V en 1537.

Desembarcos en Francia

Las operaciones de estos corsarios eran anfibias. Pisaron tierra enemiga con sus insignias reales, tocando sus tambores y flautines, sembrando el caos. Según el capitán Illarreta, tomaron casas fuertes, saquearon y combatieron «dando y recibiendo muchas feridas y muertes». Se adentraban por las rías hasta «6 y 8 leguas» y luego saltaban a tierra para dedicarse al pillaje. Martín Sanz de Echave relataba cómo tomaron el castillo de un caballero francés, al que apresaron junto a su mujer e hijos para luego liberarlos. Los corsarios debarras narraron desde combates en son de guerra, con 253 corsarios que se toparon con un contingente de 1.500 hombres, a rápidos saqueos con zabras. En ambos casos retirándose rápidamente a sus naos tras infligir daños.

Martín de Irarrazabal, presumió de haberse apoderado de 60 naos con sus cargas y armamentos. Eso sí, el ataque corsario guipuzcoano por excelencia fue el abordaje, normalmente sin poner en peligro ni su nave ni la presa, por medio de embarcaciones auxiliares más rápidas y maniobrables. Después del combate y neutralizada la tripulación, los prisioneros eran llevados a juicio público y devueltos a su país.

Los franceses con patente de corso también operaban a sus anchas. Una acción de seis naos galas robó de noche la carraca de mercancías de San Juan de Iturriza, en Mutriku. Se corrió la voz de alarma hasta Donostia, desde donde partieron seis naos con 1.200 hombres para darles caza muy cerca de San Juan de Luz. Tras un duro combate recuperaron la carraca y la llevaron a Pasaia.

Combates en Terranova

La guerra entre vascos de ambos lados de la muga, se daba a 4.000 millas marinas o durante la ruta. Se atestiguan numerosas acciones bélicas desde 1551 a 1555, en las que los guipuzcoanos arrebataron a Francia más de 200 naos. En 1555, consiguieron anular a gran parte de la flota pesquera de Francia. De sus 300 naves, la mayoría volvió con las manos vacías y 42 fueron capturadas por corsarios de Gipuzkoa. Las pérdidas para el reino francés se estimaron en 400.000 ducados.

Pérez de Hoa, el piloto de la nao de Juan de Erauso, narra como éste se alió con Juanes de Lizarza y Miguel de Iturain para asestar un golpe letal a su llegada a Terranova. «Pelearon un día y una noche con muy gran daño y muertes» para capturar 12 grandes naos repletas de bacalao. Entre ellas «'La gran fantasía de Sanbriu' con mucha artillería de fierro y bronce».

Juan de Erauso, tío de la célebre monja alférez Catalina de Erauso, siguió su ruta particular hacia el norte, donde avistó un puerto con más naos. Estaban resguardadas por bastiones y artillería en tierra, y por el buque armado 'La gran fantasía de San Maló' en la bocana. Erauso ya había trasvasado parte de sus 300 hombres a su nao capturada, la 'Sanbriu'.

Ante la resistencia feroz, Erauso se alejó y ordenó desembarcar en otra parte a un escuadrón que tomó por sorpresa las posiciones terrestres, mientras sus naos acosaban la entrada del puerto. Tras un combate sangriento donde murieron 72 franceses y 9 corsarios, lograron apresar otras 8 naos. En su ruta de vuelta a casa, se topó con otras dos naos, que se sumaron a un botín total de 14 naos y 200 piezas de artillería que desembarcaron en Gipuzkoa. En estos episodios de sangre, se apunta que a los 500 franceses supervivientes se les dejó varias naos desarmadas para su vuelta, así como los víveres para la travesía.

Muertes y botines

Las bajas entre los corsarios guipuzcoanos fueron numeradas en más de mil en este periodo (1551-1555). Entre ellas, 500 se produjeron en Terranova. Como curiosidad, Erauso indica que en los primeros cinco meses de la guerra perecieron 160 donostiarras. Cifras espeluznantes si se tiene en cuenta la baja demografía de la época.

El sacrificio se canjeó por cifras astronómicas. Los datos que arroja el informe resultaban 'inverosímiles' para el historiador J. Ignacio Tellechea, e indicó que podrían estar abultados para impresionar al monarca al que estaban destinados. Sin embargo, añade que los testigos insisten en ratificar las cifras. Más de mil navíos capturados, 5.000 piezas de artillería y 12.000 prisioneros, sin contar las innumerables mercacías que luego se vendían en los mercados.

Evolución de un oficio

El corso vasco, que ya se ejercía en la Baja Edad Media, fue decisivo para contrarrestar el acoso de sus aventajados vecinos franceses. Aseguró rutas comerciales y se convirtió en una fuerza militar que dañó intereses enemigos.

Con el tiempo se convirtió en una actividad tractora en el territorio. Los corsarios tributaban, se atenían a la ley, lindaban con la marina mercante e impulsaron a los astilleros de la costa. Invertir en ser corsario era muy rentable, si se salvaba la vida. Era un modo de vida respetado en la sociedad. Muchos dejaron el arpón para empuñar la espada, según sostiene el historiador José Antonio Aspiazu.

En las costas se respiraba incertidumbre e indefinición. Sin testigos ni fuerzas de la ley en alta mar, muchas veces el corso rebasaba la línea del pirateo, un acto penado con la muerte. En una ocasión, unos pasajeros vascos en un barco mercante inglés aprovecharon el cansancio de la tripulación que batalló contra un temporal para degollarla, lanzarla al mar y vender la nave en Galicia. Aunque las jurisdicciones protegieron provisionalmente a los malhechores, terminaron ejecutados.

Bibliografía


- 'Corsarios guipuzcoanos en Terranova', de J. Ignacio Tellechea Idígoras
- 'Historias de corsarios vascos' y 'Nuevas historias de corsarios vascos', de José Antonio Azpiazu
- 'San Sebastián, ciudad marítima', de VV.AA. J.M. Unsain
- Capítulo 'San Sebastián, puerto corsario', de Enrique Otero Lana

Los cambios que provocaron los corsarios fueron múltiples. Se construyeron garitas de vigía o torres como la del Cabo de Higuer, para disuadir un fondeadero natural de corsarios. Se comenzaron a contratar seguros para las mercancías. El hostigamiento corsario generaba terror y estrategias para escapar. La 'Botatierra' se convierte en la suerte de embarrancar una nave con su mercancía para huir con la nave auxiliar. Los secuestros estaban a la orden del día y caer en manos de piratas turcos era el peor destino posible.

El litoral era un campo de artimañas, amagos y despistes, con la connivencia de las autoridades terrestres. En épocas de guerra o escasez, los barcos que cargaban trigo u otras materias de primera necesidad, podían ser obligados a desembarcar y vender su mercancía a un precio convenido por el concejo. El río Bidasoa, un foco de conflictos en el siglo XVII, retuvo muchas naves. La comunidad de Hondarribia se sentía desamparada por parte de Madrid en cuanto a la defensa fronteriza. La necesidad y la avaricia la convirtió en el segundo puerto corsario más importante del Cantábrico después de Donostia, pero sus continuas fricciones con el otro lado de la muga desgastaban a la población.

La 'Escuadra del Norte'

En el siglo XVII el Imperio español estaba en horas bajas, asediado por la pujanza francesa y holandesa. Se vio obligada a recurrir a los corsarios para igualar fuerzas. Con animo de organizarlos, se creó la 'Escuadra del Norte' en 1633, armada por donostiarras en su mayoría, con el superintendente Alonso de Idiáquez a la cabeza. La génesis de esta fuerza llegó en 1621, cuando Felipe IV otorgó unas ordenanzas de corso ventajosas, cediendo el 'quinto real' que pertenecía a la monarquía y dándoles prerrogativas de tipo militar. Según el historiador Enrique Otero Lana, se construyeron 83 embarcaciones en San Sebastián en este periodo, pero los primeros resultados no fueron los que se esperaban. Ya con Idiáquez a la cabeza, desde 1633 a 1641, se dispararon las capturas hasta 353 naves. Años dorados en los que Donostia era junto a Dunkerque, la mayor plaza corsaria del mundo.

Dos años después, llegó el principio del ocaso, con la muertes del Conde-duque de Olivares y poco después, de Idiaquez. Sumadas a una paz con Holanda, limitaron la actividad. En 1655 hubo un resurgimiento por el ataque de la Inglaterra de Cromwell y se volvió a recurrir al corso, pero la falta de enemigos llevó a la crisis desde 1675 a 1690. Esta vez, la guerra de la Liga de Augsburgo la recuperó. La figura del superintendente se diluyó y era el alcalde de la ciudad el que juzgaría las acciones, animando así a la inversión corsaria.

El último impulso lo dieron los Borbones, cuya instauración en el poder propició alianzas entre potencias europeas y puso en el punto de mira a Inglaterra. 'La guerra de la oreja de Jenkins' (1739-1748) supuso el último auge. Convirtió a Donostia en un enorme centro comercial de lo confiscado. Al tiempo, la competencia vascofrancesa corsaria y un rumbo hacia el comercio, escribieron el principio del fin. En la última guerra contra Inglaterra en 1804, se armaron diez naves. Tres de corso y mercancías y 7 lanchas que actuarían desde Galicia. Los últimos corsarios de Gipuzkoa escribieron su propio epitafio.

Animadores de la vida callejera

El paso del tiempo y el asentamiento del corso atrajeron a ciudades como Donostia a marineros de toda Gipuzkoa, España, Iparralde y hasta venecianos en el siglo XVIII. Residían en posadas y derrochaban sus cuartos en las fondas locales. Así como los grandes navieros y capitanes corsarios gozaban de reputación social, los que abordaban las naves eran considerados indisciplinados. Según Otero Lana, su ideal era «arriesgar poco y obtener un buen botín. Eran hombres valientes, pero contrarios a riesgos inútiles. Nada les parecía prohibido». Muchos cobraban adelantos para no presentarse después en las naves, se sobrepasaban con el pillaje a prisioneros aunque fuese contrario a la ley, e incluso se amotinaban. Dejaron de parecerse a la infantería para lindar con la piratería.

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